El Hermano Francisco Eddy Angulo, uno de nuestros formadores nos narra su proceso vocacional, en la familia Agustino Recoleta.
HERMANO EDDY, EL FRAILE DE LA CIUDAD
Fray Francisco Eddy Angulo Angulo, agustino recoleto, fue acogido y se educó en la Ciudad de los Niños. Su historia personal está estrechamente ligada a la de esta Institución. Ahora, con la serenidad que da una lograda madurez personal, Eddy nos brinda un sabroso relato tanto de su vida como de la misma Ciudad.
Llegué a la Ciudad de los Niños a mis 13 años, en 1963, procedente como tantos del Hogar Domingo Soldatti. En aquel entonces, se encargaban de la Ciudad de los Niños, los Agustinos Asuncionistas, con el Padre Madina a la cabeza. Comencé a aprender el oficio de ebanistería, que no terminaba de agradarme.
Enseguida me integré en el taller de panadería, al frente del cual estaba el hermano Pablo Stuke. Al principio, el pan sólo se consumía en la Ciudad; luego, a partir de la llegada de los recoletos en 1965, la panadería logró una mayor aceptación y sus productos se ponían a la venta en la localidad de Cartago a la salida de misa de la parroquia del Carmen, y se comenzó a vender por las casas de la ciudad llevando la mercancía en bicicleta.
Recuerdo con emoción esta etapa de mi vida. Recuerdo la seriedad y la rectitud del padre Madina, que era para todos un ejemplo de lucha incansable; aunque, al final y viendo que no se cumplían sus ideales, terminó por abandonar la Institución. En estos trajines fui conociendo el estilo de vida agustino recoleto y sentí la llamada del Señor, gracias al ejemplo e incondicional entrega de unos frailes muy jóvenes dispuestos a servir al prójimo, a mis hermanos «ticos».
En 1968, siendo todavía interno en la Ciudad, recibí los hábitos de postulante. Durante los siguientes cinco años como postulante, seguí trabajando en la panadería.
El trabajo se intensificó ya que se comenzó a vender pan no sólo en Cartago sino también en otras provincias del país. A veces teníamos que empezar a trabajar a las 20.00 horas para tener listo el pan a las 3.00 y luego repartirlo. Mientras, en la Institución yo tenía a mi cargo varios dormitorios, al tiempo que impartía charlas a los muchachos internos. El padre Pedro Apezteguía, que llegó a la Ciudad en 1971, fue y sigue siendo un gran apoyo para mi vocación. Cuando en 1973 fui admitido al noviciado, él me embarcó hacia España y me encaminó a Monteagudo (Navarra), donde está la casa noviciado. Al terminar el noviciado, me comprometí oficialmente con la Orden y a continuación fui a Marcilla (Navarra), donde realicé un curso de teología. Después estuve tres años en Zaragoza, en la parroquia de Santa Mónica, ayudando en tareas pastorales. A Costa Rica regresé en 1978, destinado a la Ciudad, y allí hice la profesión solemne ese mismo año. Continué en la panadería, enseñando a los jóvenes, pero al mismo tiempo se me encomendaron nuevas responsabilidades, como impartir clases de religión. Esto me permitió un trato intenso y directo con los muchachos, procedentes de familias desintegradas o madres solteras, con problemas de conducta y afectivos muy marcados. En una situación así tenía que fungir como padre y madre de estos muchachos, y tratar de hacer su carga un poco más llevadera. Mi experiencia había sido similar a la que ellos estaban viviendo y mi testimonio personal les resultaba de gran apoyo.
Mi experiencia, similar a la suya, les resulta de gran apoyo.
En la actualidad, no puedo menos que ver todos los logros que se han producido en la Institución. La Ciudad ha dejado de ser un internado para enseñar un oficio a muchachos desfavorecidos, y se ha convertido en un colegio más en el que se puede conseguir los títulos académicos de nivel no universitario. Y, aunque siempre ha estado escasa en recursos económicos y aun humanos, también en esto ha mejorado.
Antes los frailes tenían que agenciárselas para solventar los gastos de la Institución. Se sigue pasando apuros, pero ahora los poderes públicos ofrecen mayores ayudas económicas a través del Ministerio de Educación.
Por otra parte, aunque la presencia de voluntarios laicos comprometidos temporalmente es muy antigua, los últimos años ha aumentado esa presencia, que nos es tan valiosa. Le agradezco a Dios y a María Santísima el traerme a la Ciudad de los Niños, lo que me ha permitido entregar la vida al servicio de los demás.